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ABRE LOS OJOS

​   “Para imponerles nuestra voluntad, hacerles trabajar en nuestro beneficio, utilizarlos como vestido y comérnoslos sin ningún alarmante asomo de culpabilidad o remordimiento es esencial que previamente hagamos una clara distinción entre humanos y “animales”. Su catástrofe no tiene ninguna importancia para nosotros puesto que los animales no se nos asemejan” ​

                                                                                                                                                   Carl Sagan y Ann Druyan

   Esclavismo


“Estoy al corriente de que muchos presentan objeciones por la severidad de mi lenguaje; pero ¿no existe un motivo para tal severidad? Seré tan duro como la verdad, y tan descomprometido como la justicia. En este aspecto, no deseo pensar, o hablar, o escribir con moderación. ¡No! ¡No! Pedidle a un hombre cuya casa está en llamas que presente una alarma moderada; pedidle que rescate moderadamente a su esposa de las manos del violador; pedidle a la madre que separe gradualmente a su bebé del fuego en el que ha caído; – pero no me presioneis para emplear la moderación en una causa como la presente. Soy serio – No me equivocaré – No me disculparé – No retrocederé ni un solo paso – Y SERÉ ESCUCHADO. La apatía de la gente es suficiente para hacer que cada estatua salte de su pedestal, y para apresurar la resurrección de su muerte”.
De "To the Public", del editorial inaugural en The Liberator el 1 de enero de 1831, de William Lloyd Garrison, luchador incansable por la abolición de la esclavitud.  Mientras algunos abolicionistas de la época apoyaban la emancipación gradual, Garrison apelaba a la “emancipación completa e inmediata de todos los esclavos”.
  

 

    La amputación de orejas, rabos o picos que se le hace a algunos perros o gallinas, el marcado a fuego a determinado “ganado”, los azotes y el encadenamiento o la misma castración que se suele practicar con muchos de los animales que “usamos” era muy común en las sociedades esclavistas del pasado.

 

 

 

 

 

   Esta relación entre esclavos y animales se da continuamente a lo largo de la historia. Hace apenas 150 años los osos danzantes que aún perviven en algunas zonas de los Balcanes, eran sustituidos por espectáculos con gitanos. Así, según escribe Del Chiaro, secretario italiano del príncipe Constantin Brancoveanu “en algunas cortes les pintaban con hollín y les colocaban con las manos a la espalda, de pie, delante de un cuenco lleno de harina en el que había unas cuantas monedas ocultas y les obligaban a buscar las monedas y cogerlas con los dientes … También les hacían coger con la boca, a la carrera, un huevo colgado en el aire … o retirar de una vela una moneda embutida en la cera, sin apagar la llama. Se quemaban, como es natural, los labios y el pelo”.
   Por supuesto, los esclavos gitanos, como los negros, se heredaban, como los animales y las propiedades.

 

Nietzsche y el caballo de Turín


   Turín, 3 de enero de 1889. Nietszche pasea por las calles de Turín, cuando bruscamente se para y ve como un cochero está brutalmente golpeando con un látigo a su caballo. Algo pasa en su cabeza, y se dirige a toda prisa hacia el caballo abrazándolo y llorando desconsoladamente. La gente se agolpa alrededor y oye las palabras de Nietzsche pidiendo perdón al caballo ... Un perdón en nombre de toda la humanidad. Los biógrafos de Nietzsche coinciden en que ese día tuvo un colapso mental, pero no se ponen de acuerdo en qué pudo pasarle realmente. Lo que sí se sabe es que a partir de esa fecha, se sumió en un estado de locura que ya no abandonaría hasta su muerte en agosto de 1900.

 

 

   Especismo

“Los animales existen en el mundo por sus propias razones. No fueron hechos para el humano, del mismo modo que los negros no fueron hechos para los blancos, ni la mujer para el  hombre"                                                                                                                                                                Alice Walker

 


   El especismo es un término acuñado en 1970 por el psicólogo Richard D. Ryder y popularizado posteriormente por distintos pensadores anglosajones. Se aplica para describir la discriminación basada en la diferencia de especie animal y en analogía con el racismo o el sexismo. El especismo presupone la superioridad de la especie humana sobre las demás, lo que justifica, entre otras cosas, la explotación animal, al considerar que los humanos están en su pleno derecho a disponer de ellos para su provecho, ya sea usándolos en experimentos animales, como medio de diversión o criándolos para que le sirvan de comida o vestimenta.


   A pesar de que el especismo es fácilmente desmontable desde el punto

de vista filosófico, salvo en la jainista, esta discriminación está arraigada en

todas las culturas del mundo y a la inmensa mayoría de las personas les

resulta tan natural que les parece absurdo siquiera el llegar a planteárselo.
En general todos los animales, tanto humanos como no humanos,

compartimos la capacidad de sentir. Queremos evitar la muerte y el dolor y

ansiamos la libertad. Esto es lo realmente importante a la hora de respetar

a los demás. Para una vaca, un conejo o un gato su vida es irreemplazable.


   El especismo no sólo no tiene en cuenta los derechos de otros, sino que los

niega de raíz basándose en unas diferencias que se argumentan desde el

punto de vista humano. Sin embargo, si un ser sufre, no puede haber

justificación moral alguna para negarse a tener en cuenta este sufrimiento, que

debe ser considerado de la misma manera que si lo sufriese cualquier otro ser.


   En palabras de José Ferrater Mora:

 

   “el especismo es respecto a la especie humana entera lo que es el racismo respecto a una raza determinada, ​

ser especista es ser “racista humano.”

 

 

Una cultura de explotación: la cuestión del lenguaje.


   El lenguaje juega un papel muy importante en la cultura especista. Hasta tal punto está integrado en nuestra sociedad que incluso los mismos activistas por los derechos de los animales solemos adoptarlo de forma inconsciente; y muchas veces de manera no tan inconsciente. Un ejemplo de esto último es la palabra ganadería. Se trata de una palabra errónea que define a una serie de animales como ganado, asignándoles un rol que no les corresponde ni por naturaleza ni por derecho (en este caso para ser comidos por el ser humano). En realidad sería mucho más acertado calificarlos de esclavos, aunque evidentemente, el llamarlos de esta manera exigiría continuamente una aclaración cada vez que los nombrásemos. Evidentemente esto no es óbice para utilizarla. Esta palabra, como muchas otras, debiera ser evitada siempre por todo aquel que se considera animalista, debido a la carga peyorativa que implica y conlleva.


   En experimentación, por ejemplo, muchas instituciones intentan eludir la palabra vivisección, cuando, en realidad, se trata de un término muy claro que hace referencia al daño que se inflige a los animales utilizados en la investigación. Sin embargo, sobre todo en las publicaciones científicas e incluso en los medios de comunicación, se utiliza el término  “investigación biomédica”, que oculta el sufrimiento y la muerte de los animales tras palabras como vida (bio) y curación (médica).


   Solemos también referirnos a los animales como de laboratorio, de granja, de compañía, ... Esa terminología es totalmente inadecuada, ya que de esta forma se les está cosificando y asignando un uso como si se tratase de un matraz, de un tractor o de sofá. En realidad, los animales de laboratorio, de granja o de compañía no existen y se debería hablar, en el caso, por ejemplo, de la experimentación, de “animales criados para ser explotados en laboratorios”, “animales explotados en laboratorios” o “animales destinados a laboratorios”.


   Resulta también evidente que en nuestro lenguaje utilizamos la palabra animal como algo ajeno a nosotros, estableciendo una extraña diferencia entre los individuos de la especie Homo Sapiens y los de otras especies de animales. Sin embargo, somos animales al igual que lo es una gallina, un cerdo o una vaca. Pero nos suena raro que nos llamen “animal” e incluso lo tomamos como algo peyorativo, al igual que se hizo con los judíos en el Tercer Reich, al referirse a menudo a ellos, incluso en documentos oficiales, como “ratas” (la utilización de este término, de alguna forma, también contribuye a justificar el utilizarlos como sujetos de experimentación). El mismo hecho de denominar “animales” a determinadas personas les predispone a ser humilladas, explotadas y masacradas. Resulta significativo, por ejemplo, que en los años que precedieron al primer genocidio sistemático moderno, el holocausto armenio, y que supuso la muerte de unos 2 millones de personas, los turcos otomanos se referían a ellos como rajah (ganado). O el caso de los hutus que comenzaron a llamar “bichos” a los tutsis antes de darse la masacre de Ruanda  (1994) en la que perecieron un millón de tutsis.

   Los nombres que utilizamos con la comida omnívora es también muy esclarecedor en este sentido. El lenguaje que empleamos para este fin está lleno de eufemismos que pretenden evitar cualquier relación con los animales de los que proviene, evitando así la empatía y la compasión. Incluso el mero hecho de usar un plural hace saltar las alarmas. Así no hay problema en utilizar un genérico y  reconocer que comemos pollo, pato o conejo, pero si le preguntamos a alguien si come pollos, patos o conejos, nos mirará con cara extraña e incómoda.
Una de las alegrías de ser vegano es que no se necesita recurrir a los eufemismos dándole un toque “romántico” al vocabulario que empleamos para nuestra comida. Y se puede reconocer con total satisfacción que comemos zanahorias, espinacas o patatas.

 

Comedores de cadáveres


   A la hora de comernos a los animales utilizamos palabras que pretenden oscurecer de alguna forma el lugar de donde proceden. Es lo que sucede con el término “carne” con el que nos referimos al cadáver de un animal, convirtiéndolo de esa manera en alimento. Se evita la palabra cadáver cuando, en realidad, lo que nos estamos comiendo es eso, un cadáver.  En realidad la gente que se alimenta de esa forma serían necrófagos, y ese sería el término correcto a aplicar desde el punto de vista lingüístico, pero resulta peyorativo y nunca se recurre a él. De hecho siempre se intenta evitar referencias tanto lingüísticas como visuales al cadáver del que nos alimentamos. Un plato de fruta o verdura no necesita embellecerse. El cadáver de un animal requiere el trabajo de un carnicero para que deje de parecerlo. Hablamos de bistecs, filetes, hamburguesas, ... criadillas en vez de testículos. Evitamos e incluso rechazamos partes como la cabeza si no se sirven descuartizadas, de manera que se parezcan lo menos posible a lo que son en realidad.


   Se necesita que los procesos post-morten de los animales destinados al consumo sigan un orden determinado antes de que la “carne” llegue al consumidor. Así, después del sacrificio del animal, sobre todo, si se trata de una vaca o un cordero, no es conveniente refrigerarlo rápidamente ya que se puede producir un acortamiento por el frío, de ahí que la suspensión de los canales en los mataderos se realice por el tendón de Aquiles, ya que de esta forma, los músculos permanecen en tensión y no pueden acortarse. Los procesos metabólicos se consideran concluidos después de la rigidez cadavérica, a partir de aquí se produce un relajamiento lento del músculo que da lugar a un ablandamiento de la carne a los 3-4 días de almacenamiento en condiciones adecuadas de refrigeración. Durante esta fase la carne adquiere su aroma característico, que procede de la degradación y putrefacción de proteínas y grasas de la “carne madurada”. Esta maduración se produce en cámaras refrigeradas durante un período que va de 10 a 15 días. Este es el tiempo mínimo que suele tener la “carne fresca” que llega al consumidor, aunque lo normal es que la carne que se compra en los supermercados pertenezca a animales muertos hace meses.
De hecho y según los “expertos” la carne de buey hay que comerla 30 días después de sacrificado el animal y puede conservarse, perfectamente, hasta 90 días después.


   Con todo lo dicho podríamos ir un paso más allá de la palabra necrófago y utilizar el término “carroñero” para aquellos que comen este tipo de carne. De hecho el animal que se come, además de haber sufrido procesos de degradación y putrefacción no ha sido cazado ni muerto por el consumidor.

 

La teoría de la supremacía humana.


   En 1917 Freud vinculó el fin consciente de la pretendida supremacía humana con dos hechos esenciales que se produjeron en los últimos 500 años. El primero fue cuando Copérnico demostró que nuestra tierra no era el centro del universo sino tan sólo un minúsculo fragmento de un sistema cósmico de una inmensidad apenas imaginable.... el segundo golpe se produjo  cuando Charles Darwin mostró a la humanidad que el hombre no posee un puesto privilegiado en el orden de la naturaleza, al explicar su descendencia del reino animal.


   Como un mecanismo de defensa psicológico que pudiera justificar su superioridad (y de paso marcar una diferencia con las demás especies) el  ser humano acabó por negar la capacidad de raciocinio de los demás animales, atribuyéndose, además, la exclusividad de un alma inmortal e incluso un origen divino. Este dominio sobre los demás habitantes de la Tierra  que el hombre se auto otorgó fue denominado por Freud “megalomanía humana”. Un desorden, desgraciadamente, muy común entre los seres humanos, necesitados de un “argumento” que justifique el trato que le damos a los demás animales y a la misma Naturaleza. Este antropocentrismo tiene mucho que ver con lo que llamará “narcisismo primario” estadio en el que el niño
cree en la omnipotencia de sus pensamientos y siente ser el centro del mundo y del universo, sin distinguir claramente entre el sujeto y el mundo. Y con el “narcisismo secundario”, donde el objeto existe en función de las necesidades del sujeto y del que se derivan diferentes estados patológicos, como el “narcisismo esquizofrénico”, tan común en tantos individuos de nuestra sociedad.


   Sin embargo, el hombre no es más que una especie que no se diferencia del caballo o del delfín, o al menos, no más de lo que se puede diferenciar una ardilla de un zorro o un chimpancé de una ballena.

Holocausto


   En su interior, Hermann pronunció una elegía por la rata que compartió una parte de su vida y que, por su culpa, había dejado este mundo. “¿Qué sabrán ellos, todos esos eruditos, todos esos filósofos, todos los líderes del mundo, sobre alguien como tú? Se han convencido a ellos mismos de que el hombre, el peor transgresor de todas las especies, es el rey de la creación. Todas las demás criaturas fueron creadas únicamente para proporcionarle alimento y vestido, para ser atormentadas y exterminadas a su antojo. En lo que a ellas se refiere, todos los humanos son nazis; para los animales, la vida es un Treblinka sin fin”.
                                                                                                                                                                  The Letter Writer, de Isaac Bashevis Singer

 

   Son muchos los autores y los estudios que establecen paralelismos entre los métodos que utilizaron los nazis con los judíos y otras minorías étnicas y los que utilizamos con los animales en las granjas industriales y los mataderos. Para varios estudiosos del nazismo resulta evidente que el genocidio judío está inspirado por la cría de animales domésticos: seleccionar los mejores y castrar o sacrificar al resto.
   El gobierno alemán había establecido un esmerado programa respecto a esto durante los años veinte y treinta. Por un lado se fomentaba y promovía el matrimonio y la procreación entre los más inteligentes, saludables y hermosos de la raza aria. Por otro, se esterilizaba y castraba a los enfermos mentales y a los delincuentes. Esto último venía haciéndose ya desde finales del siglo XIX en Estados Unidos y la misma Alemania y en algunos otros países de Europa occidental, pero a pequeña escala. En estos años se le dio un importante empuje.
   Sin duda Heinrich Himmler, jefe de las SS y uno de los principales responsables del Holocausto, tuvo mucho que ver en la puesta en marcha de este mecanismo. De hecho Himmler se diplomó en Agronomía en 1922, dedicándose más tarde a la cría de pollos en una granja de Pomerania.  Las técnicas de selección aprendidas entonces para obtener los especímenes más “perfectos” y productivos las aplicó años más tarde con los seres humanos.
   Es evidente que cuando se decidió “solucionar” el problema judío mediante las tropas de los Einsatzgruppen y los campos de extermino, los altos mandos alemanes eran conscientes de la presión sicológica a que se verían sometidos los encargados de hacerlo. De hecho el que los nazis tratasen a los judíos como animales, antes de asesinarlos, no es casual. Sus métodos estaban pensados para que la matanza de seres humanos se pareciese al sacrificio de animales en un matadero. Intentaban así crear el mayor parecido posible entre los grupos de judíos que iban a ser fusilados o introducidos en las cámaras de gas y los animales, con el fin de “aligerar” la carga emocional de los “verdugos”.
  Entre los paralelismos que podríamos citar entre mataderos y campos de exterminio están:
-Se les obligaba a desnudarse y formar un corro, algo totalmente ajeno al comportamiento humano, para que sugiriese la imagen de un rebaño. Esta deshumanización despojaba a las personas de toda dignidad y eliminaba su individualidad.
-Eran cargados mediante rampas y transportados en camiones y vagones de tren amontonados y sin tener en cuenta los lazos familiares.
-Las selecciones se basaban en el género y la edad.
-Se les marcaba con números tatuados en la piel.
-El lenguaje empleado estaba lleno de referencias al lenguaje utilizado en las granjas industriales y los mataderos: zonas “puras” e “impuras”, rampa y selección, animales adecuados y defectuosos. En los mataderos, a la última parte del pasadizo que lleva a los animales a la muerte se le llama tobogán, embudo, tubo o callejón de matar. El camino que llevaba a la cámara de gas en los campos de exterminio era muy parecido e incluso se le llamaba igual: el tubo.

 

   Durante la rebelión fascista de enero de 1941 en Bucarest, los legionarios de la Guardia de Hierro rumanos reunieron a los judíos en un matadero del distrito de la capital, no para transportarlos a un campo de concentración, sino para matarles allí mismo. 120 judíos fueron asesinados y desmembrados colgando sus intestinos “como corbatas en otros cadáveres, que exhibieron en ganchos de carnicero con la etiqueta de carne kosher”.

   En cuanto al hecho de que, al parecer, el pueblo alemán no era consciente de lo que sucedía con los judíos y no tenía conocimiento de los campos de exterminio, Dietrich Von Haugwitz dice: “Siempre me indignó mucho que tantos de mis compatriotas al terminar la guerra dijeran algo así como: “¡Pero es que no teníamos ni idea! Realmente no sabíamos nada de Auschwitz y de lo que le estaba sucediendo a los judíos. No teníamos manera de saberlo. No nos estaba permitido saber esas cosas. Y si hubiéramos dicho algo nos habrían detenido”. Y etcétera, etcétera, etcétera”. Para a continuación añadir: “¡Chorradas! La gente sabía muy bien que se apresaba sistemáticamente a los judíos y que se les introducía en vagones de ganado. Y en todas partes colaboraron para su expulsión, sin querer conocer los detalles del exterminio … La mayoría decía: “Si sabes algo no me lo cuentes” o “No quiero saber nada” porque saberlo hubiera sido demasiado molesto”. En nuestra vida cotidiana esta actitud de no querer saber lo que sucede con los animales que acaban en nuestra mesa es exactamente lo mismo. En palabras de Helmut Kaplan: “La forma más vulgar de la narcotizante capacidad de autoengaño del hombre es la denegación de las crueldades que están sucediendo en este momento en nuestro inmediato alrededor; en laboratorios de experimentación, mataderos, granjas de peletería, etc. Porque cuanto ahí sucede es exactamente análogo al Holocausto nazi”.

Judy Chicago nos cuenta en un texto publicado en “Holocaust Project: From Darkness to Light” la conmoción personal que le supuso aceptar el Holocausto. Hasta entonces siempre había creído que las personas y el mundo eran relativamente justos. Sin embargo, “al confrontar el Holocausto tuve que encararme con un nivel de la realidad más allá de cualquiera de mis experiencias previas: millones de personas muertas, millones de seres esclavizados, un sufrimiento inmenso mientras el mundo hacia caso omiso de la implementación de la Solución Final”. A medida que fue asimilando aquello, también fue dándose cuenta de la relación que había entre el sacrificio industrial de animales y el asesinato organizado de personas.    Cuando visitó Auschwitz y vio la maqueta de uno de los cuatro crematorios, se dio cuenta de que “en realidad se trataba de una gigantesca planta de procesado, salvo que en vez de procesar cerdos, procesaban personas que habían sido definidas como cerdos”. Auschwitz era, en realidad, un enorme matadero donde todo resultaba demasiado familiar. Lo que los nazis hacían allí se viene realizando continuamente en todas partes. Se trata de los mismos métodos, de la misma tecnología. “Millones de criaturas vivas se mantienen apretujadas en espacios miserables, son transportadas sin alimento ni agua y empujadas al matadero …” Y ese fue el momento en que todo encajó en su interior: “Vi el mundo simbolizado en Auschwitz, y me di cuenta de que estaba cubierto de sangre: personas manipuladas y utilizadas, animales torturados en experimentos inútiles, hombres cazando criaturas indefensas y vulnerables por la “emoción” que sacaban de ellos, seres humanos destrozados, viviendo en la calle, enfermos y hambrientos, …”


Auschwitz empieza cuando uno mira a un matadero y piensa: son sólo animales

                                                                                                                                                                      Theodor Adorno

  En Sumer, una de las primeras y más poderosas ciudades-estado de Mesopotamia, los esclavos eran gestionados de manera idéntica al ganado.  A los varones se les castraba y se les hacia trabajar como animales de tiro. A las hembras las recluían en campos de trabajo y cría. De hecho el término sumerio para “esclavos jóvenes castrados” , amar-kud, era el mismo término que se utilizaba para designar a caballos, asnos y bueyes castrados.


                                                                                                          De esta forma, es lógico pensar que la domesticación de animales fue el modelo que se siguió para esclavizar a los humanos. Esto es más evidente aún si pensamos en el caso de las mujeres que eran capturadas para procrear y trabajar.

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