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The Jungle, de Upton Sinclair​
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​​   Aunque la inmensa mayoría de los historiadores de la economía, cuando buscan las primeras señales de innovación industrial, suelen fijarse siempre en la industria metalúrgica y automovilística, donde aparecieron en realidad por primera vez fue en los mataderos. En su autobiografía, Ford nos cuenta como la idea de crear una cadena de montaje se le ocurrió cuando era joven, al visitar un matadero de Chicago. Parece claro que ese matadero al que se refiere era uno de los de The Union (el nombre procede de que el grupo estaba formado por 9 compañías de ferrocarriles). De hecho hacia finales de siglo se introdujeron ya cintas transportadoras y se fueron especializando cada vez más los trabajos. En 1870 se “procesaron” 2 millones de animales, en 1890 la cifra había aumentado a 9 millones. Hacia 1900 The Yards empleaba a unas 25.000 personas, los corrales ocupaban ya 2 kilómetros cuadrados, con 210 kilómetros de vías en su perímetro y cada empleado era responsable de sólo una faceta del “proceso” (por ejemplo, cortar la cabeza o abrir en canal, repitiendo esto una y otra vez a lo largo de la jornada). Lo que se encontró Ford fue una idea totalmente desarrollada, lo único que había que hacer era darle la vuelta:  “ensamblar un coche era como trocear una vaca, pero al revés” (J.S.Foer).

   En el año 1905 y después de que un grupo de presión, compuesto por las principales compañías de la industria cárnica y del ferrocarril (con The Union Stock Yards a la cabeza), impidiese la promulgación de una ley que pretendía introducir un sistema de inspección de la carne, el periódico socialista The Appeal of Reason decidió llevar a cabo su propia investigación. Para ello contrató a un joven escritor preocupado por los derechos de los trabajadores y comprometido con la denuncia social, Upton Sinclair. Éste pasó casi dos meses compartiendo las condiciones de vida de los obreros de Chicago y trabajando en el matadero. Fruto de esta experiencia fue su novela The Jungle,  que se publicó por entregas en el periódico The Appeal. The Jungle, de paso que se centraba en las míseras condiciones en que vivían los trabajadores de Chicago, proporcionó la primera visión del mundo de los mataderos. Su joven protagonista, un joven lituano llamado Jurgis Rudkus, nos presenta un mundo injusto, cruel y terrible, y qué mejor forma de hacerlo que recurriendo a los dos mundos: en el que desarrolla su vida Rudkus, la sociedad obrera y sindicalista de Chicago a principios del siglo XX y el matadero en el que ejerce su trabajo.



En su primer día de trabajo un improvisado guía le enseña a un grupo, del que forma parte Rudkus, las instalaciones de The Union Stock Yards. Cuando el grupo se acerca a un edificio cercano, observan una procesión de cerdos que suben por una serie de rampas hasta el piso superior. El guía explica que los animales descenderán por su propio peso a través de las estaciones de procesado que les convertirán en carne de tocino. Les acompaña hasta la galería de visitantes situada encima del piso de degüello, donde observan como un matarife agarra por la pata al primer cerdo que entra y lo cuelga de una enorme rueda metálica que al girar lo suspende en el aire. La rueda conecta con un carrito que arrastra al aterrorizado y quejumbroso animal a lo largo de la planta.



“Con cada nuevo cerdo que es
aprisionado y colgado boca abajo, la
acumulación de chillidos se hacía tan
fuerte que sobrecogía: había alaridos
agudos y gruñidos bajos, bufidos y
aullidos agónicos; a veces se producía
un momento de calma, muy pronto
interrumpido por nuevos lamentos, más
fuertes que antes, que culminaban en
una ensordecedora protesta. A algunos
visitantes la visión les resultaba
insoportable; los hombres se miraban
entre ellos con una risita nerviosa y las
mujeres apretaban los puños, con el
rostro enrojecido y los ojos llenos de
lágrimas”.




   En un pasaje conmovedor Rudkus nos dice como no puede “evitar pensar en los cerdos, que eran tan inocentes, que llegaban tan confiados y que sus protestas eran tan humanas y tan perfectamente dentro de sus derechos. No habían hecho nada para merecerlo ... /La maquinaria/ se manejaba con sangre fría, de forma impersonal, sin un intento de disculpa, sin el homenaje de una lágrima. De vez en cuando un visitante lloraba, pero la maquinaria mortal continua funcionando, con visitantes o sin visitantes. Era como un horrible crimen cometido en una mazmorra, todo invisible e inaudible, enterrado fuera de la mirada, fuera de la memoria”.

   En otro apartado se nos describe como en un edificio al otro lado de la calle y perteneciente al complejo de The Yards, en una enorme sala, “como el anfiteatro de un circo”, los matarifes degüellan entre 400 y 500 bueyes por hora. Cuando llega el ganado, los operarios les empujan por un corredor estrecho y encierran cada cabeza en un cubículo donde no se puede mover ni girar. En medio de los mugidos de los animales, un “golpeador” provisto de un mazo se coloca encima del cubículo, esperando el momento para golpear al buey. “En el cuarto resonaba el ruido sordo de la rápida sucesión de golpes, y del pataleo y las coces de los animales. Tan pronto se desplomaba, el “golpeador” continuaba con otro buey, y otro operario accionaba una palanca que inclinaba a un lado el cubículo. El animal, debatiéndose aún, caía sobre el “banco de la muerte”. Como se hacía con los cerdos, un operario ponía un grillete en una pata del animal, accionaba una palanca y elevaba el cuerpo del animal en el aire. “Habría unos quince o veinte cubículos de este tipo, y en cuestión de un par de minutos los dejaban vacíos. Luego abrían las puertas y entraba un nuevo lote”.
   Realizando “movimientos muy especializados, cada operario con su tarea específica”, todos se mueven “con furiosa intensidad”. El matarife salta de cadena a cadena, seccionando la yugular de cada buey con un movimiento “tan rápido que era imposible percibirlo, tan sólo se veía el destello de la hoja”. Tras su paso deja chorros de sangre roja y brillante que caen al suelo. A pesar de los esfuerzos de otros operarios para empujarla al desagüe, el suelo está totalmente cubierto por una capa de dos dedos de espesor de sangre.
   Los cuerpos desangrados descienden entonces hacia una fila de operarios que esperan. Un “descabezador” sierra la cabeza del animal y después ocho “desolladores” cortan y extraen la piel, poniendo cuidado en no estropearla. La res descabezada y desollada avanza para que sea abierta en canal, se le extraigan los intestinos y le corten las patas. Tras limpiarla con una manguera, la canal se introduce en el cuarto de enfriamiento. El guía les explica que todos los despojos son utilizados. “No se tiraba ni un ápice de materia orgánica”.

   Las lecciones que aprende Rudkus en el matadero le llevaran a abrazar el socialismo.
   Uno de los pasajes más gráficos del libro describe la fabricación de salchichas, entre cuyos ingredientes se encuentran carne podrida que se ha devuelto a la planta, carne caída al suelo y mezclada con tierra, serrín y escupitajos de los operarios, agua estancada, suciedad, óxido e incluso clavos de los barriles, excrementos que las ratas han depositado sobre la carne durante la noche, pan envenenado dejado como cebo para los roedores y, de vez en cuando, los propios roedores muertos.

   The jungle, que contiene algunas de las escenas más horripilantes y terribles de toda la literatura estadounidense, cuando fue publicada en enero de 1906 tuvo un impacto inmediato. La industria cárnica se apresuró a hacer desmentidos vehementes, pero no les sirvió de nada. Fue tan fuerte la indignación del público al saber que habían estado consumiendo carne deteriorada que, en los seis meses siguientes a la publicación del libro, el Congreso promulgó dos nuevas leyes sobre la inspección de la carne: el Protocolo de Alimentos y Medicinas Puras y el Protocolo de Inspección de la Carne. No obstante, Sinclair quedó desilusionado porque los lectores se sintieron más conmovidos por su relato de cómo se preparaba la carne para comer que por su arenga a favor del socialismo. De hecho muchos años más tarde y a pesar del descomunal éxito de The Jungle, Sinclair la consideró una obra fallida: “Me propuse como diana el corazón del público”, escribió en su autobiografía, “y, sin proponérmelo, hice blanco en el estómago”.
   La obra trajo consigo la inmediata fama para el joven autor de veintisiete años y le cimentó como una voz importante a favor de los derechos de los trabajadores. Sinclair acabaría escribiendo muchos más libros que serían traducidos a cincuenta idiomas. Un comité de intelectuales renombrados, con Albert Einstein a la cabeza, le propuso para el Premio Nobel de literatura que finalmente no pudo conseguir, aunque sí obtuvo el Pulitzer en 1940.
   En realidad, en la descripción que se nos ofrece en The Jungle no hay mucha diferencia con los mataderos actuales. Por supuesto, el sistema sanitario es muy diferente, pero el sistema de matanza y degüello es muy parecido, y los cambios afectan más que nada a los instrumentos que se utilizan. El “golpeador” ha cambiado el mazo por una pistola percutora, que dispara un pistón que se hunde diez centímetros en la cabeza del animal. El “despedazador” ahora utiliza una sierra eléctrica en vez de un cuchillo o una sierra mecánica ... Incluso las ratas, moscas e insectos de todo tipo, siguen estando muy presentes en los mataderos actuales. Por supuesto, su número ha disminuido drásticamente, pero siguen dejando su orina, excrementos y las huellas de sus dientes en las carnes que allí se procesan.

 

​                                                                                                                                                                           

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